He caído en ti
como quien cae, hundida
sobre las hojas oscuras
de un sueño con patas de araña.
Esta vez, tú estabas al otro lado
desnudo jugabas con la luz sobre el agua
diáfano,
pero no vacío.
Eras de espuma paciente, me esperabas
deteniendo con la mirada
los primeros copos de nieve en la orilla.
De ahora en adelante,
-me dije en sueños-
espero que el mar nos traiga cada domingo
corrientes que arrastren palabras de nácar,
lenguajes lejanos, flores del Sur
para poder seguir inventando
nuevas formas de pintarte una cueva en el pecho
y llorar la suerte de habitarnos.